La documentación relativa a las Sarmiento pone de manifiesto la dicotomía existente entre casos como el de don Diego Pérez Sarmiento II, I Conde de Santa Marta, y su mujer, doña Teresa de Zúñiga, y el de don Bernardino Pérez Sarmiento, hijo del anterior, y doña María Pimentel, hija del señor de Allariz.
Mientras los primeros parecen definir un modelo de cordialidad y/o afectividad matrimonial, los segundos protagonizan dificultades y desavenencias conyugales a las que tendrían que hacer frente algunas parejas de la nobleza bajomedieval.
Doña Teresa de Zúñiga, hija de don Diego de Zúñiga, Mayordomo mayor de la infanta Catalina, fue una muy fiel aliada de su marido a lolargo de su vida. De hecho, llegó a prohijar al hijo que don Diego había tenido con una esclava de ambos llamada Úrsula
(La carta de legitimación de don Bernardino Pérez Sarmiento está fechada el 16 de octubre de 1457. En ella se advierte que éste había nacido de las relaciones extraconyugales de su padre, don Diego Pérez Sarmiento “seyendo casado, segúnd ordenamiento de la Santa Madre Eglesia, con Doña Theresa de Estuñiga, Condesa de Santa Marta, vuestra legityma muger”)
y, al final de susdías, dejó por heredero a este niño, por el que mostró gran cariño:
“(…) syenpre esto fue mi voluntad e hes de dexar por mi heredero al dicho Don Vernaldino Sarmiento, Conde de Santa Marta, mi hijo, por estas razones: lo primero por ser fijo del Conde, mi señor, que Dios aya, de quien yo muchos vienes e buena conpañía hube e porque yo lo crié e lo tomé como a fijo des pequeño fasta agora, e él syenpre me ode-beçió e nunca me salió de mi mandado”
Más allá de la permisibilidad que demostró doña Teresa ante las constantes relaciones extramatrimoniales de su marido, lo que subyace debajo de sus actuaciones es un fuerte sentido del linaje. Ante la ausencia de hijos varones en su matrimonio, aceptó a don Bernardino como si fuese su propio hijo.
Lo que hizo con esta acción fue favorecer los proyectos sucesorios del linaje en el que se había integrado por vía matrimonial.De esta mujer se conserva bastante documentación que revela su plena coparticipación en diversos actos jurídicos junto a su marido.
Éste, como prueba de su confianza en ella, no dudó en mandar en su testamento, otorgado el 22 de enero de 1465,
“que mi enterramiento sea don Doña Teresa de Çúñiga, condesa de Santa Marta, mi mujer, mandare e ella dispusiere e viere que más cum- ple segund mi estado”.
Tampoco parece haber albergado dudas sobre la capacidad de su mujer para asumir las riendas de la situación una vez que él hubiese fallecido, por ello también dictaminó que
“la governaçion e administración de mis tierras e villas e casas fuertes e fortalezas que las tengan la dicha Condesa, mi mujer, e non le sea quitada ni del dicho Don Bernardino fasta que seade hedad”.
Efectivamente, tras la muerte de don Diego, doña Teresa asumió la tutoría del sucesor garantizando, así, la continuidad del linaje. ¿En qué se sustentaron todos estos encargos de don Diego Pérez Sarmiento a su mujer? Como ella misma reconoció en su testamento:
“por el amor que syenpre en uno ovimos”.
De todos modos, cierto es que, en muchas ocasiones, no se puede comprobar si esta armonía conyugal se debió únicamente al afecto que pudo existir entre ambos o a la mera proyección exterior de una imposición social, bajo la que se ocultarían las tensiones inherentes a toda relación humana.
Por el contrario, doña María Pimentel, señora de Valdeorras y Manzaneda, no dudó en acusar a su marido, el propio don Bernardino Pérez Sarmiento, I Conde de Ribadavia, de la “aver maltratado” y haberla retenido contra su voluntad. Así se puede leer en el requerimiento que, en 1487, enviaron los Reyes Católicos a don Bernardino para que compareciese ante ellos para responder sobre las acusaciones presentadas contra él por su mujer:
“Dys que de poca tienpo acá, allende la aver maltratado e non como convenía seyendo vuestra muger, la tovistes detenida en una vuestra fortalesa e (…) dys que por los engaños e colusyones e detenimiento que le ansy fesyestes, ella dys que ha resçibydo grande injuria e detrimento e que (…) caystes e yncurrystes en grandes e graves penas e quea ella como a persona que proseguían su ynguria, pertenesçía acusarose que ella entendía acusaron ante nos”
La decisión que tomó doña María de denunciar los abusos de su marido constituye un buen ejemplo de la toma de conciencia femenina ante las agresiones masculinas. Sin embargo, en este caso, su principal pretensión parece haber sido la de paralizar el pleito de divorcio que don Bernardino había promovido contra ella alegando que, antes de contraer matrimonio, él se había desposado por palabras de presente con doña Teresa de Estúñiga, hija del Vizconde de Monterrey
(En el testamento de doña Teresa de Zúñiga, otorgado el 5 de mayo de 1470, se hace referencia a este primer matrimonio de don Bernardino al mandar a
“mi hermano Juan de Estuñiga (…) que case a su fija doña Teresa, mi sobrina, con el dicho mi fijo don Vernaldino, segund que entre nosotros esta conçertado e lo prometyo e conçertó el Conde,mi señor que Dios aya, su padre, e conmigo”)
En aplicación de la normativa civil y, sobre todo, de la eclesiástica,siempre cuidadosas de evitar la bigamia, se había dictado sentencia de divorcio, la cual fue recurrida por doña María, quien declaró que, hasta entonces, habían estado juntos muchos años sin ningún problema
“fasyendo vyda maridable e procreastes çiertas fijas”
(En 1519 doña María Pimentel otorgó en su testamento “la quinta parte de mis bien-es a Vernal Baca, mi marido, para en que se mantenga en todos los días de su vida”. Lejos del Conde, doña María acabó rehaciendo su vida conotro hombre, manteniendo una excelente relación conyugal)..
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