I
Cuando en 1840 D. Juan Nicasio Gallego le puso un prólogo á la primera colección de poesías de la ilustre escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda, trató casi de disculparse ante el público, hablando más que del talento poético de la que se firmaba con el seudónimo de La Peregrina , de la juventud y de la hermosura sin par de la primera de cuantas mujeres han escrito versos en lengua castellana.
Parecía participar D. Juan Nicasio Gallego de la preocupación, muy antigua en España, y hoy no del todo desterrada, que consiste en suponer que una mujer, por el hecho de serlo, no puede escribir como los hombres, y si se le ha de perdonar el grave atrevimiento de invadir el terreno de las letras, ya en la lírica, ya en la dramática, ya en la novela, ya en la Historia, es á fuerza de gracia, de juventud y de belleza.
Y, sin embargo, obsérvese que en España, y para no hablar más que del siglo xix, ha habido mujeres capaces de rivalizar con los hombres más ilustres, como lo prueba aquella misma doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, que en nada cedía en esto, en inspiración, á los prohombres gloriosos del romanticismo, siendo la autora de Alfonso Munio digna de figurar al lado de Larra, de Espronceda, de Quintana, de Gallego, de Martínez de la Rosa.
Esta preocupación, tan dominante en nuestro espíritu, viene por obscuros caminos de épocas en que la mujer, por su educación, y aun pudiéramos decir que por su condición social, era al modo de ser inferior, una muñeca de lujo, buena tan sólo para producir la admiración de los salones ó para ilustrar su vida con actos de piedad, con ejemplos de fe ó mojigatería religiosa.
Y si alguna vez se ha sacudido esa obsesión perniciosa, tratando de encomiar los méritos de mujeres insignes, como Fernán Caballero, como doña Concepción Arenal, como doña Emilia Pardo Bazán, que cada una en su género, llegaron ó han llegado á las cimas del pensamiento humano, ha ido siempre por delante el elogio de que su talento es varonil y en nada se parece á las cualidades nativas y peculiares del sexo femenino.
Yo creo—sin que entre en mi ánimo enmendarle la plana á D. Juan Nicasio Gallego, ni mucho menos meterme en hondas filosofías acerca de la capacidad creadora de hombres y mujeres—que no existe ninguna razón positiva, ni en el orden natural, biológico y fisiológico, ni en el orden moral, que prive á una mujer de la aptitud de escribir como un hombre, y que, además es hora de que sentemos á nuestro lado, haciéndolas partícipes de nuestros derechos, á las que tienen, digan lo que quieran ciertos Concilios de la Iglesia, tanta alma como nosotros.
Por eso yo no invocaré aquí, ni la juventud ni la hermosura de la marquesa de Ayerbe, ni me acordaré poco ni mucho, al hablar de su libro, que se trata de una mujer, que es una dama, con todos los atributos, encantos y perfecciones femeninas, quien lo ha escrito. Hay que juzgar toda obra en sí misma, prescindiendo de quién es y de dónde viene su autor, porque si no nos expondríamos á hacer crítica—suponiendo que estos renglones fueran de un crítico, cuando son de un modesto lector—como quien hace revista de modas, y elogiar aquello en que la autora puso todo su espíritu cual un traje de baile .
No; la única manera de ser justo es olvidarse por completo, al hojear El castillo del Marqués de Mos en Sotomayor, de que la escritora que hoy hace sus primeras armas histórico-literarias, se llama la marquesa de Ayerbe y es gala y prez de la alta sociedad, acordándose únicamente de María Viñalys, cuya alma fué forjada en las enseñanzas, en los gustos y hasta en las orientaciones de un artista de élite como Fernández Jiménez, el egregio moro, el granadino ilustre, compañero de Alarcón, sabio y erudito al propio tiempo, que por la índole especial de sus estudios y de su vida retirada sólo alcanzó la gloria merecida en las regiones de una minoría intelectual de primer orden.
La actual marquesa de Ayerbe, María Viñalys, se compenetró desde niña con el espíritu de Fernández Jiménez, del moro, y puede decirse que abrió los ojos á la luz de la razón bajo la influencia y las sabias lecciones de aquella alma singular, maestra en artes y letras.
Así, que lo único que maravilla, conociendo ese influjo experimentado en sus primeros años, que dejó profundas, duraderas, huellas en el talento de la bella María, es que ésta no haya escrito antes, permaneciendo quieta la pluma y punto menos que dormido el espíritu de la aprovechadísima discípula de Fernández Jiménez.
La marquesa de Ayerbe ha leído mucho, ha estudiado mucho, y si me dejara llevar de la preocupación, que al principio condenaba, de la supuesta desigualdad entre hombres y mujeres, yo diría en su alabanza que ha leído y estudiado tanto como un hombre.
Conocedora de la literatura española clásica y moderna española y extranjera; familiarizada en el habla y en la lectura del francés, del inglés y del alemán desde su infancia; lectora de toda clase de libros de historia, de sociología y hasta de ciencias naturales; abierta su alma á las últimas y más atrevidas concepciones de la Ciencia, está la marquesa de Ayerbe suficientemente preparada, no ya para escribir obras como la que hoy da á la estampa, sino para más altos y transcendentales empeños.
Si quisiera tributarle un homenaje de aplauso digno de ella, yo diría que este su primer ensayo en el libro, ensayo anunciador de otros trabajos más hondos, es como débil muestra de lo que sabrá y podrá hacer en el porvenir. Y confío al tiempo la prueba de mi profecía...
II
El libro El castillo del Marqués de Mos en Sotomayor fué emprendido y comenzado á escribir por su autora como á modo de juego y de pasatiempo, por rendir un testimonio de su cariño al sitio donde nació,d onde ha ido creciendo y formándose su talento.
Lo declara en la introducción:
«Nacida en el castillo mismo; habiendo crecido bajo los frondosos castaños de su parque; bautizada y casada en su capilla ,y amante, como gallega, de mi terrina, me he interesado siempre muchísimo por todo cuanto á aquellos vetustos muros se refiere, y más de una vez acudió á mi mente la idea de dedicar los ocios del verano, que paso siempre en Sotomayor, á recopilar documentos y restablecer la ignorada historia de la fortaleza, que sigue dominando al valle, si no ya por la fuerza del poder feudal, por la posición singularmente extraordinaria que sus creadores dieron á esta señorial mansión.»
La dificultad de su empresa estribaba en la falta de documentos que le sirviesen de guía y de base para el estudio de una época tan enmarañada y tan poco esclarecida. Pero la marquesa se juró á sí misma no ceder en el empeño, y se consagró con amor y con ahínco á registrar archivos y papeles viejos, tanto en su casa de Mos como en la ducal de Sotomayor.
No ha perdonado detalle; lo ha estudiado todo, y cuando escribió la primera letra de su obra puede decirse que conocía de memoria la historia de los señores de Sotomayor y que resucitaba la figura del sin par Madruga, del extraordinario personaje Madruga, á quien la leyenda convierte en rey de Galicia y la historia pasma y maravilla por sus contiendas con el obispo de Tuy, el conde de Ribadavia y el arzobispo de Santiago. Sólo el trazar artísticamente tan famosa figura valía la pena de escribir un libro.
La marquesa de Ayerbe, que es gran admiradora de Taine, al que cita con frecuencia en su obra, siguió su ejemplo, y á la manera del inmortal autor de Les origines de la France contemporaine (todas las proporciones guardadas en cuanto al trabajo y al asunto), ha procedido con aquella curiosidad científica, merced á la cual se descubren las fuerzas íntimas que producen las grandes transformaciones sociales.
« On permettra á un historien—dice Taine -d'agir en naturaliste; fetais devantmon sujet comme devant la métamorphose d'un insect.»
Esa es la única manera de hacer trabajos históricos, y ese es el procedimiento seguido por la marquesa de Ayerbe, un procedimiento crítico-naturalista, en que, ajustándose estrictamente á la verdad de los hechos, se explican éstos por el ambiente de la época, por el espíritu de sus costumbres, por la estructura moral y material de aquella sociedad, más que por las meras hazañas de Reyes, Príncipes y nobles.
No es una historia del castillo de Mos hecha en cinco capítulos, como modestamente declara la autora; es algo más que eso: es el ensayo de un estudio filosófico-histórico de la época feudal. Al leer las páginas de la notable monografía; al penetrar en las causas, que tan admirablemente están expuestas de la ruina y muerte del régimen antiguo para transformarse en el régimen revolucionario moderno, yo recuerdo sin poderlo remediar las frases del gran Herbert Spencer en la última obra de su vida, Facts and Comments, cuando dice:
«Offeudalism had divorced the masses from the soil...»
Y la época, en verdad, es rica en hazañas extraordinarias, dignas de ser cantadas con la amplitud y grandeza de un poema épico. Así, en el capítulo III,que trata de Pedro Madruga de Sotomayor, la autora de este libro llega á las alturas de la elocuencia pintando á su héroe,
«ora vencedor, ora oculto ó viviendo disfrazado entre sus enemigos cuando éstos lo creían más distante.»
Sería asunto merecedor de inspirar un drama al estilo del Don Alvaro el de los varios pasajes de la historia accidentada de Madruga. Se lee y se relee cien veces la descripción de aquel famoso episodio de la vida de Madruga, cuando éste se apodera de la persona del obispo de Tuy, D. Diego de Muros, llevándolo en su retaguardia, y tratándolo muy mal de palabra y de obra. Retrata un período histórico, enseña la filosofía interna de una época, ver á Madruga, que no soltó al prelado hasta que éste se resolvió á ceder pechándole algo.
«Setecientos mil maravedises costó al obispo su rescate; lo cual ocasionó el dicho que se atribuye al comendador Saldaña, refiriéndose á la curación del prelado, que lo mismo daba haber pagado por ella á D. Pedro de Sotomayor que á un físico cualquiera.»
Gracias á aquellos nobles á la usanza heroica de D. Pedro Madruga no caímos durante aquellos siglos de la formación de nuestra nacionalidad en las invasiones y absorciones del poder teocrático, manteniéndose la supremacía del Poder civil, que ojalá se hubiera sostenido en igual independencia, para evitar el atraso y el estancamiento que determinaron tiempo más tarde la funesta Inquisición, la mortal unidad religiosa.
En el capítulo IV, en el que se relatan los hechos de los sucesores de Pedro Madruga, en el que se enaltecen las virtudes que adornaban á su hijo don Álvaro y en el que se condena, aunque explicándolo por la rudeza de las costumbres, el horrible parricidio de su nieto D. Pedro, llega la autora, por la verdad de la narración, por la intensa y sugestiva belleza del estilo, á producir una impresión trágica.
Las páginas en que se describe el asesinato de doña Inés Enríquez por su propio hijo D. Pedro son verdaderamente notables. Y luego, la sentencia dictada por el alcalde Ronquillo, la confiscación de bienes que le sigue, el enlace de doña María de Sotomayor con D. Alonso de Quirós, los pleitos interminables que se sucedieron, acaban de proyectar plena luz sobre los títulos y derechos de los duques de Sotomayor, de nobilísima alcurnia, de preclaras hazañas. La historia se completa con el nuevo pleito que en la Chancillería de Valladolid entabló D. Pelayo Antonio Correa Sotomayor, marqués de Mos, bisabuelo del actual, pleito por el que logró reivindicar todos sus incontestables derechos.
Al final, la marquesa de Ayerbe explica y justifica la intención y propósito del libro con estas palabras dignas de ser reproducidas:
«Mucho más se podría decir sobre el castillo; sus bellezas merecían otra pluma para describirlas, y sobre todo, para hacerlo de una manera adecuada, me faltaba haber nacido en otra época. Admiro como artista la mole granítica que se destaca sobre los castaños, adornada con guirnaldas de hiedra; como gallega, profeso sin igual cariño por el rincón en que he nacido; he procurado desentrañar concienzudamente la historia de la fortaleza y de sus señores de la penumbra del olvido, pero no he sabido adornarla me falta la fantasía.»
En los albores del siglo xx, con las distancias suprimidas ó acortadas por ferrocarriles y automóviles; con el teléfono, el fonógrafo, el telégrafo sin hilos y la luz eléctrica; rodeados del confort de que se disfruta hasta en las posiciones más modestas; aspirando al progreso en la Ciencia y en la civilización; no concibiendo la guerra más que para imponer la civilización misma, ¡no podemos comprender la sublime epopeya de la Edad Media!»
Sincera y elocuente profesión de fe es ésta, que avalora los méritos de la obra y del espíritu de la ilustre marquesa de Ayerbe y que confirma mi predicción hecha al principio; es á saber, que la que supo restaurar una época pasada y muerta, sabrá con mayor razón, en libros sucesivos, pintarnos la vida presente, en cuyas luchas comulga, de cuyas ansias renovadoras participa...
III
El Castillo del Marqués de Mos en Sotomayor fue escrito por su autora en dos meses, y si ha tardado algunos más en publicarse es por razón de los grabados, de las ilustraciones, de la esmeradísima edición, que puede competir ventajosamente con las mejores de su clase en el Extranjero.
Es un libro precioso por su fondo y por su forma, y en él, ilustrando capítulo á capítulo, página á página, desde la portada artística hasta las letras iniciales de cada parte en que se divide, el laureado, insigne, inspirado pintor Garnelo ha echado el resto, como suele decirse. No se puede pedir cosa más perfecta, ni en brillantez, ni en gusto, ni en verdad de expresión, y Garnelo merece por su labor aplausos sin tasa, que acrecienten su fama bien cimentada.
La portada, las viñetas con que comienza y acaba cada capítulo, dan la impresión, por su belleza sin igual, de esos libros que se conservan como modelos de gracia, de elegancia, y aun de paciencia, en las grandes bibliotecas históricas.
Honor hace el libro tan admirablemente presentado, no sólo al talento de Garnelo, sino al establecimiento tipográfico de Fortanet, que lo ha impreso, y al conocido librero-editor D. Francisco Beltrán, que dirigió la esmeradísima edición. Y rendido este justo homenaje á cuantos con gusto de artista colaboraron para el mejor éxito de la obra, sólo me falta decir que sería una pena no poner libro tan primoroso á la venta, y que desde ahora requiero á la marquesa de Ayerbe para que, venciendo su modestia, lo entregue al juicio y al aplauso del gran público.
El verle en el escaparate de las librerías, el sentirse leída y admirada sin ser conocida, la alentará á seguir escribiendo para gala de las letras españolas y para defensa de todos los ideales modernos. Al cabo este mi consejo humilde sería corroborado, si viviera, por aquel gran maestro de sus primeros años, por el que encendió en su espíritu la llama del talento, por el insigne moro, uno de los más ilustres ingenios de la España contemporánea...
5 de Octubre de 1904.
FUENTE:
"EL LIBRO DE UNA DAMA" (PÁGINAS 135-145)
TEATRO Y NOVELA
(ARTICULOS CRITICOS 1903-1906)
DE LUIS MOROTE
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